Terminó el 2010. ¡Vaya, qué noticia!, dirán ustedes. Y yo les diré: vaya, nseacagar. Es una forma de introducir el tema que voy a desenrrollar.
El rollo es así; cada vez que termina un período del calendario gregoriano -que no es otra cosa que el año comercial- la gente empieza a hacer balances en lo tocante a su vida personal. No entienden que la tierra es redonda, y por ende no se puede establecer un punto de partida desde que empezó a girar. En las esferas, no hay puntos de referencia, como sí los hay en los ángulos de un prisma. Si el globo gira ad eternum, ¿cómo se determina cuándo y dónde comienza o concluye una vuelta? Salvo que se decida arbitrariamente, y haya que crear un mes que varíe entre los 28 y 29 días, un norte, hemisferios y latitudes, para que la tierra, el sol, y la luna se amolden a las necesidades mercantiles de nuestro insignificante planeta.
Además, si se pudiera establecer ese punto, ¿qué carajos importa?
Como se habrán dado cuenta -por los desvaríos que regurgité en el párrafo anterior-, no soy astrónoma. Pero tampoco soy contadora, aunque el 95% restante de las personas parezca una horda de amateurs de la contabilidad.
Me molesta sobremanera que piensen en su vida -y en la de los demás- como una hoja dividida en debe y haber, en activo y pasivo, que se hace borrón y cuenta nueva al cabo de doce meses.
También descreo que el año pueda tener entidad como la tiene una persona. Ser bueno, malo o, incluso, feliz. ¿Feliz año nuevo? ¡Si recién empieza! ¡está en pañales, posiblemente defecados!
Felices pueden ponerse quienes se reúnen a festejar con la excusa de que estrenarán nuevo almanaque. Felices -o ilusos, tal vez-, porque creen que el nuevo calendario traerá cosas positivas, como por arte de magia. Cada comienzo de año, la misma euforia por el período que arranca. Cada fin de año, el mismo desdén por el que termina.
Sé que sueno como una resentida, pero prefiero que me llamen realista. Sigo opinando que el año, de por sí, no es bueno, malo, ni feliz, ni nada. Nuestras vidas, que no se cuentan por años, sino por vivencias, pueden ser buenas, malas, felices. O nada. Y es inadecuado repensarlas en función de un puto almanaque. El 31 de diciembre, no es (ni deja de ser) el mejor día para reflexionar. ¿Por qué no un 4 de octubre, o un 7 de marzo?
Realmente, nunca pude hacer un “balance” de mi vida. Me resultaría deprimente. Prefiero, como dice una muy querida amiga mía, sentarme en el fluir de la misma (de la vida, no de mi amiga). Disfrutar los momentos, o sufrirlos, y esperar que terminen.
Y hacer planes, sin ponerles fecha. Hacerlos, y ejecutarlos sobre la marcha, en la medida de lo posible. Porque no tengo tiempo, tengo vida.
me encanta compartir su vida, querida doxificadora. el 2011 nos encontrará unidas o emborrachadas!
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