Quién dice que un buen día, de tanto mirar para arriba, no doy un buen tropiezo y caigo de bruces al cielo. Y, capaz, una nube negra amortigüe mi caída; o esa estrella puntiaguda se me clave en este ojo.
Es posible, también, que un angelito pase haciendo gambetas con la luna, le tire un centro al astronauta y yo ni me de por enterada.
Puede pasar que Saturno me invite a bailar hula hula, sus anillos me queden chicos y él tenga que menear solito. O que la bóveda celeste se abra y lluevan monedas de diamante. Y que la Vía Láctea se cuaje para hacer asteroides de ricota.
Tal vez, las Tres Marías no sean trillizas, los Siete Cabritos ya estén asados, Orión no tenga cintura, y la Cruz del Sur esté invertida. Es factible.
Pero, lo seguro, es que un barrilete me envolverá con su cola, me susurrará los secretos del Universo y me devolverá a la Tierra; un planeta al que (sospecho) no pertenezco.
Es posible, también, que un angelito pase haciendo gambetas con la luna, le tire un centro al astronauta y yo ni me de por enterada.
Puede pasar que Saturno me invite a bailar hula hula, sus anillos me queden chicos y él tenga que menear solito. O que la bóveda celeste se abra y lluevan monedas de diamante. Y que la Vía Láctea se cuaje para hacer asteroides de ricota.
Tal vez, las Tres Marías no sean trillizas, los Siete Cabritos ya estén asados, Orión no tenga cintura, y la Cruz del Sur esté invertida. Es factible.
Pero, lo seguro, es que un barrilete me envolverá con su cola, me susurrará los secretos del Universo y me devolverá a la Tierra; un planeta al que (sospecho) no pertenezco.