Una de estas tardes me hallé perdiendo el tiempo. Tirada perpendicularmente sobre la cama paterna, los brazos extendidos hacia atrás, los ojos llorosos por encarar el ventilador, las piernas estiradas, la mente artificialmente despojada de preocupaciones, la cabeza echada hacia un lado. El ombligo a la intemperie.
Me asaltó la desesperación por ese castigo autoinfligido de quedarme inmóvil, estática, mientras el universo batía su vorágine a mi alrededor. “Vas a llegar tarde”, gritaron desde la cocina. No me importó, o hice como si. Me relajé a propósito, focalizándome en el yo-ahora-no, proyectándome en un hilo suelto de la sobrecama.
En eso estaba, cuando de la nada cayó un mosquito agonizante. Se desplomó a dos centímetros de la hilacha. Dio unos cuantos tumbos y se arrancó una pata. Lo odié pasivamente, extasiada ante el espectáculo de su muerte -que era también la muerte. Extendió el pico con el que alguna vez perforó carnes tibias. Le acerqué mi dedo para que se lleve un buen trago antes de cruzar el portal del merecido averno; lo rechazó rotundamente y siguió revolcándose. Se arrancó otra pata. Y un ala. Yo me limité a mirarlo fijo, para ver si así podía extender su agonía. Dió resultado; doblé la apuesta y le silbé un réquiem.
Sanguinetti -así lo bauticé- se retorció más fuerte. Imploró por una palmada redentora o un chorro de flit certero, gritó con su voz ínfima, me suplicó entre convulsiones. Yo, titánide vengativa, castigo de los más débiles, sonreí. Sonreí con una mueca gioccondesca, aguantando la respiración, cediéndole toda mi energía ociosa para que recupere fuerzas, y sufra un poco más. Pero el ventilador, un ser sin alma, se apiadó de él. Lo empujó lejos de mi vista, para que no pueda torturarlo más. Cerca de la hilacha quedaron los miembros cercenados de Sanguinetti. No me animé a tocarlos y giré la cara hacia el techo.
“Vueltera, siempre llegamos tarde por tu culpa”, volvieron a gritarme. “Andate vos”, retruqué. Se escuchó el portazo. A falta de víctima volví a fustigarme; perdiendo el tiempo plácidamente, condenándome a la inercia.
Hija de puta. Pobre Sanguinetti.
ResponderEliminarAunque se lo merece, por todas las que nos han hecho pasar los Sanguinetti.
Lo único que no me gusta de su blog es que los textos están escritos en la odiosa "Times New Roman"
ResponderEliminarDe todos modos vale la pena el sacrificio por leerla.