jueves, 20 de enero de 2011
Annoying facts (brainstorm)
Vidrieras que exhiben uniformes escolares en enero. Arjona. Las veredas de calle Carbó, tan angostas. Sobreabundancia de banditas musicalmente simplonas. El piano desafinado. Arena en el ombligo. Valeria Lynch parece un trava en ese poster. Terminé el libro, y se terminó el mundo. Descubrir que tiene mal aliento. No soy tan original. Joaquín Sabina. Caca de bebé en el piso. Pacatos con alergia a las malas palabras. Mi cuerpo no deja de despelecharse. No tengo patio. Falta un año para las vacaciones. Y no estoy cerca del mar. Escapes de autos. No conversamos más. El mosquito dejó ronchas. No tengo patio. Caca de paloma en el pelo. Kilos extra. No tenían del color que buscaba. Marcela Morelo. No entienden mi humor. Besitos sopapas de una parejita salame. Fulbo'. Doesn't speak english. Debo una materia. La mancha no sale del todo. Tengo que, pero no quiero. “La lección de piano” doblada al gallego. No puedo volver atrás en el tiempo. Pelado cara de culo que no sabe manejar. Caca de perro en la suela. Viejas falsas que dicen “que-ri-da”. Poetas nickeros baratos. Cerveza caliente. Gorilas feos. Granito en la espalda. Viejos verdes. No conozco Londres. Ni Bariloche. Dice pa' en vez de para. Nubes en un día de playa. No me queda como al maniquí. Es toquetón cuando saluda. Demasiadas trancas y cerraduras. Billy Cristal no se jubila. Infobae. Olor a chivo cebolla. Arjona. Conversciones sobre bebés. Arjona. ¡¿Mi segundo nombre tenía que ser Sabina?! Sí.
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cosas que no importan,
De poco un todo
lunes, 3 de enero de 2011
Debe y haber (Felisa Memuero)
Terminó el 2010. ¡Vaya, qué noticia!, dirán ustedes. Y yo les diré: vaya, nseacagar. Es una forma de introducir el tema que voy a desenrrollar.
El rollo es así; cada vez que termina un período del calendario gregoriano -que no es otra cosa que el año comercial- la gente empieza a hacer balances en lo tocante a su vida personal. No entienden que la tierra es redonda, y por ende no se puede establecer un punto de partida desde que empezó a girar. En las esferas, no hay puntos de referencia, como sí los hay en los ángulos de un prisma. Si el globo gira ad eternum, ¿cómo se determina cuándo y dónde comienza o concluye una vuelta? Salvo que se decida arbitrariamente, y haya que crear un mes que varíe entre los 28 y 29 días, un norte, hemisferios y latitudes, para que la tierra, el sol, y la luna se amolden a las necesidades mercantiles de nuestro insignificante planeta.
Además, si se pudiera establecer ese punto, ¿qué carajos importa?
Como se habrán dado cuenta -por los desvaríos que regurgité en el párrafo anterior-, no soy astrónoma. Pero tampoco soy contadora, aunque el 95% restante de las personas parezca una horda de amateurs de la contabilidad.
Me molesta sobremanera que piensen en su vida -y en la de los demás- como una hoja dividida en debe y haber, en activo y pasivo, que se hace borrón y cuenta nueva al cabo de doce meses.
También descreo que el año pueda tener entidad como la tiene una persona. Ser bueno, malo o, incluso, feliz. ¿Feliz año nuevo? ¡Si recién empieza! ¡está en pañales, posiblemente defecados!
Felices pueden ponerse quienes se reúnen a festejar con la excusa de que estrenarán nuevo almanaque. Felices -o ilusos, tal vez-, porque creen que el nuevo calendario traerá cosas positivas, como por arte de magia. Cada comienzo de año, la misma euforia por el período que arranca. Cada fin de año, el mismo desdén por el que termina.
Sé que sueno como una resentida, pero prefiero que me llamen realista. Sigo opinando que el año, de por sí, no es bueno, malo, ni feliz, ni nada. Nuestras vidas, que no se cuentan por años, sino por vivencias, pueden ser buenas, malas, felices. O nada. Y es inadecuado repensarlas en función de un puto almanaque. El 31 de diciembre, no es (ni deja de ser) el mejor día para reflexionar. ¿Por qué no un 4 de octubre, o un 7 de marzo?
Realmente, nunca pude hacer un “balance” de mi vida. Me resultaría deprimente. Prefiero, como dice una muy querida amiga mía, sentarme en el fluir de la misma (de la vida, no de mi amiga). Disfrutar los momentos, o sufrirlos, y esperar que terminen.
Y hacer planes, sin ponerles fecha. Hacerlos, y ejecutarlos sobre la marcha, en la medida de lo posible. Porque no tengo tiempo, tengo vida.
El rollo es así; cada vez que termina un período del calendario gregoriano -que no es otra cosa que el año comercial- la gente empieza a hacer balances en lo tocante a su vida personal. No entienden que la tierra es redonda, y por ende no se puede establecer un punto de partida desde que empezó a girar. En las esferas, no hay puntos de referencia, como sí los hay en los ángulos de un prisma. Si el globo gira ad eternum, ¿cómo se determina cuándo y dónde comienza o concluye una vuelta? Salvo que se decida arbitrariamente, y haya que crear un mes que varíe entre los 28 y 29 días, un norte, hemisferios y latitudes, para que la tierra, el sol, y la luna se amolden a las necesidades mercantiles de nuestro insignificante planeta.
Además, si se pudiera establecer ese punto, ¿qué carajos importa?
Como se habrán dado cuenta -por los desvaríos que regurgité en el párrafo anterior-, no soy astrónoma. Pero tampoco soy contadora, aunque el 95% restante de las personas parezca una horda de amateurs de la contabilidad.
Me molesta sobremanera que piensen en su vida -y en la de los demás- como una hoja dividida en debe y haber, en activo y pasivo, que se hace borrón y cuenta nueva al cabo de doce meses.
También descreo que el año pueda tener entidad como la tiene una persona. Ser bueno, malo o, incluso, feliz. ¿Feliz año nuevo? ¡Si recién empieza! ¡está en pañales, posiblemente defecados!
Felices pueden ponerse quienes se reúnen a festejar con la excusa de que estrenarán nuevo almanaque. Felices -o ilusos, tal vez-, porque creen que el nuevo calendario traerá cosas positivas, como por arte de magia. Cada comienzo de año, la misma euforia por el período que arranca. Cada fin de año, el mismo desdén por el que termina.
Sé que sueno como una resentida, pero prefiero que me llamen realista. Sigo opinando que el año, de por sí, no es bueno, malo, ni feliz, ni nada. Nuestras vidas, que no se cuentan por años, sino por vivencias, pueden ser buenas, malas, felices. O nada. Y es inadecuado repensarlas en función de un puto almanaque. El 31 de diciembre, no es (ni deja de ser) el mejor día para reflexionar. ¿Por qué no un 4 de octubre, o un 7 de marzo?
Realmente, nunca pude hacer un “balance” de mi vida. Me resultaría deprimente. Prefiero, como dice una muy querida amiga mía, sentarme en el fluir de la misma (de la vida, no de mi amiga). Disfrutar los momentos, o sufrirlos, y esperar que terminen.
Y hacer planes, sin ponerles fecha. Hacerlos, y ejecutarlos sobre la marcha, en la medida de lo posible. Porque no tengo tiempo, tengo vida.
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