Si todas mis personalidades fueran acordes musicales, seguro que una de ellas sonaría como un mi dominante. Sí, porque hay una yo dominante. Con un poco de autoindulgencia, la describiría como analítica, realista, egoísta y represora; en fin, lo que en lenguaje coloquial se denomina mala onda. No aflora siempre, pero cuando aparece crea un potente campo gravitacional que absorbe hasta la luz de mis otras Lu(s). Pero repele al resto de la gente.
Una noche de estas estaba en un antro de mala muerte -aunque nunca me pareció del todo mala la idea de morir allí- cuando, de forma insesperada y sin vaselina, mi dominante comenzó a dar la nota. Pero antes de continuar tengo que darme un changüí: se conjugaron varios factores que atrajeron su presencia.
En primer lugar, cerveza tibia y un lemon champ que no asentaron nada bien a mi estómago. En segundo, una muchedumbre fumadora que empujaba, sudaba, pellizcaba nalgas y frotaba partes. Y tercero, un culo enfundado en un pantalón blanco se coló a los sacudones dentro el grupete del que yo formaba parte. Detrás de ese trasero poco agraciado apareció un pendejito bastante desgaciado haciéndose el gracioso. Y bueno, ahí se produjo mi cortocircuito interior.
Es cierto que lo que acabo de describir es una escena de lo más corriente en las noches de cualquier ciudad de estas latitudes litoraleñas con olor a pajonal; pero esta vez fue más fuerte que yo. Capáz que me estoy volviendo vieja, y ya no tengo ganas ni fuerzas para pelear contra la yo dominante. O tal vez el tipo me parecía feo y grasa, nomás.
La cuestión es que en ese momento tenía ganas de que al boludito lo parta un rayo [y que a su culito lo parta otra cosa]. Qué los hace pensar que el hecho de estar en un pub los habilita a hacerse los chistosos, a decirte “mala onda” cuando no te conocen -ni saben qué mierda te pasó en el día-, a juzgarte, a manosearte, a obligarte a gustar, a inmiscuirse en tu espacio personal, a no pedir permiso siquiera. En fin, cosas que en cualquier otro momento del día los haría comerse un buen cachetazo aderezado con puteadas.
En ese momento, la mi dominante se abstrajo de las circunstancias y arruinó la armonía, dejando perplejas a las demás personas que me acompañaban en ese momento, quienes dudo que algún día terminen de descifrar la rara sinfonía que llevo dentro. Y al notar que la supremacía de la dominante generaba tensión y no daba con la tónica, las otras yo empezaron a suplicar que deje escapar una sonrisita, aunque sea. Que mueva las cachas. Que se tome algún trago. En fin, que ponga en el pentagrama algún do, re, fa, sol, si. O un mi natural. Pero no. La dominante estaba emputecida, no iba a dar el brazo a torcer, ni a disimular la cara de culo que me afloraba. Por lo que la mejor opción fue retirarme del lugar y no embarrarle la noche al resto de la gente que, al parecer, estaba dispuesta a interpretar el rol que la noche impone en estas latitudes litoraleñas con olor a pajonal.
A modo de conclusión, tengo que reconocer que no hay cierre para este breve relato lleno de nudos y ningún desenlace. En vez de eso, dejaré que lo anterior sirva de pie para una útil advertencia: a veces desafino. Sépanlo.
Hola, doy clases de armonía.
ResponderEliminarMe encantó tu canción nocturna.
Un Mi dominante, siempre es bueno si vá acompañado de un FAAAAA Mayor.
Armonizemos para probar nomás.
Siempre hay que probar.
Ahora...
luz del día!
a la noche,
me gusta mirar pelis
y escuchar música.
El dinero no hace la felicidad
pero te la financia.
Igual trabajo por mi cuenta y me vá bien.
Asi que puedo perder todo el tiempo que quiera
leyendo a una mujer hermosa y un tanto desafinada.
Un abrazo.
Nicus
Hola Nicus! gracias por leer mis composiciones desprolijas y devolverme estos comentarios tan llenos de armonía y poesía.
ResponderEliminarOtro abrazo virtual.
Lu