Empecé por el título, como hacía Saramago. Me gustó la
ocurrencia, pero no se me ocurre cómo continuarla. Sólo podría agregar que Sara
debería ser maga. Sino llamarse Saro, o Sar. Pero parecería una palabra mal
escrita, como rei o emperatrís. Quedaría deforme, un vocablo Quasimodo, haciendo
sonar las campanillas en gargantas ojivales, saltando de boca en boca, sin
temor, sin miedo, sin vértigo. Con el único deseo de salir y ser escuchado. Pero con miedo a ser malinterpretado. Salvo en España, donde la z se hace valer, joder. ¡Viva esa
diferencia! ¡Viva la diferencia! ¡Viva España! ¡Muera el Rei! ¡Viva el Sar! El
Sar que es mago. Que hace hechizos, dice
las palabras mágicas, arma las frases como le plazca. Y, si quiere, les da sentido, que es lo de menos. Él juega, hilvana y la descose. Es como Messi, o
como el Diez; no como O Rei, que es sensato y pausado. No. El mago cose y
descose, la plasticola no le sirve. La disuelve el agua. A las palabras se las
lleva el viento. Mejor perderse que quedarse. Mejor irse por las ramas. Y no volver.
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