Perdí la diplomacia. Bueno, no con todos, con ciertas
personas. No es que ande por la calle puteando a la gente, ni señalándome las partes y haciendo gestos
obscenos. Pero ya no me interesa decir o dar a entender que no soporto a
alguien. Sencillamente, no disimulo que me importa más saber cuánto cuesta el
kilo de rábano en Singapur que enterarme de lo que opinan algunos/as.
Antes, esa cualidad de mi personalidad me preocupaba. Pero ahora
aprendí a manejarla, y a usarla cuando es necesario. Y, ojo, no se trata de justificar comportamientos
inmaduros, de camarilla berreta, ni darle vuelta la cara a alguien sólo porque
no me gusta su ídem. A esa etapa pendejil la superé hace… unos 6 meses.
El asunto es que ya no puedo sobrellevar con una sonrisa que alguien me censure con apreciaciones
morales, sobre todo, si se tragó el personaje de Kant. You “kan’t” tell me what to do, how to feel, or
think. NO, YOU KANT. Tampoco voy a aceptar vincularme con gente
declaradamente chota y jodida, en especial, si esa chotez/jodidez va dirigida
hacia mi persona.
Es por eso que la limpieza del caralibro arrasó con unos
cuantos. Y también, es por eso que mi cara es transparente –metafóricamente hablando por supuesto-:
si algo no me gusta, no necesitarán preguntar demasiado.
Y, de vez en cuando, está bueno decir no, no me gusta, no
quiero, no tengo ganas, o go fuck yourself with a cactus. Es más, si alguien
piensa que sería apropiado dispensarme alguno de estos enunciados, siéntase
libre de hacerlo. Al fin y al cabo, es inútil sostener caretas (salvo que estemos en Venecia, pero no,
estamos a unos cuantos metros sobre el
nivel del mar. Y no es carnaval).
Aclaro, están en todo su derecho de tener valoraciones negativas
sobre mi persona, o sobre lo que escribo. Pero, recuerden también, que están en
todo su derecho de alejarse de mi blog, de mi facebook, y de mi vista.
Viva la patria.
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