domingo, 20 de marzo de 2011
Brainstorm II (preguntontas existenciales)
¿Por qué a las depiladoras les gusta escuchar Arjona mientras trabajan? | ¿De dónde salen las pelusas? | ¿Qué pretenden ustedes de Isabel Sarli? | ¿Cuándo me voy a recibir? | ¿Alguien vio la cara de la esposa del ingeniero Blumberg alguna vez? | ¿De dónde salió el mito de que a las mujeres no nos duele golpearnos en la zona genital? | ¿Cómo encuentro a un tipo que no tiene facebook ni está en la guía? La pregunta anterior, ¿me convierte en una acosadora? | ¿A quién se le ocurre aplicar el adjetivo 'hermosa' al sustantivo propio 'Jennifer Aniston'? | Karen Carpenter pregunta: ¿por qué los pajarillos aparecen de repente cada vez que estás cerca? Y yo: ¿se lavará la cabeza con shampoo de alpiste? | ¿Cuál es el motivo por el que algunas mujeres se ponen las corbatas de sus amigos o parejas cuando se arma el bailongo en los casamientos? | ¿En qué momento la búsqueda de la perfección comenzó a denominarse obsesión compulsiva? | ¿Está comprobado que si comés sandía con vino te morís? | Pero, posta ¿creen les queda sexy ponerse una corbata con el rostro de Curly estampado? ¿O piensan que es un accesorio mágico que hace lucir divertida hasta a la rubia bronceada más platinada? | ¿Y para qué sirven las hamacas para celulares? ¿Es importante que nuestros teléfonos móviles estén bien hamacados y amenizados? ¿Acaso los celulares pasaron a ser una suerte de tamagochi que necesita alimentarse y divertirse para no morir? ¿Ya no alcanza con cargarles la batería y evitar tirarlos al piso, pedazos de fetichistas? | Además del nombre y de los integrantes de la banda ¿cuál es la verdadera diferencia entre Estelares, Los Tipitos, y NTVG? | ¿Quién fue el ser malévolo que inventó esa cosa castradora y frustrante llamada Megavideo? | ¿De qué culo fue cagado Mario Mactas, el opinólogo de TN? | ¿Por qué pierdo el tiempo preguntándoles a ustedes, si Google y Wikipedia pueden responderme sin juzgar?
lunes, 14 de marzo de 2011
Q.E.P.N.D. (bella pérdida de tiempo)
Una de estas tardes me hallé perdiendo el tiempo. Tirada perpendicularmente sobre la cama paterna, los brazos extendidos hacia atrás, los ojos llorosos por encarar el ventilador, las piernas estiradas, la mente artificialmente despojada de preocupaciones, la cabeza echada hacia un lado. El ombligo a la intemperie.
Me asaltó la desesperación por ese castigo autoinfligido de quedarme inmóvil, estática, mientras el universo batía su vorágine a mi alrededor. “Vas a llegar tarde”, gritaron desde la cocina. No me importó, o hice como si. Me relajé a propósito, focalizándome en el yo-ahora-no, proyectándome en un hilo suelto de la sobrecama.
En eso estaba, cuando de la nada cayó un mosquito agonizante. Se desplomó a dos centímetros de la hilacha. Dio unos cuantos tumbos y se arrancó una pata. Lo odié pasivamente, extasiada ante el espectáculo de su muerte -que era también la muerte. Extendió el pico con el que alguna vez perforó carnes tibias. Le acerqué mi dedo para que se lleve un buen trago antes de cruzar el portal del merecido averno; lo rechazó rotundamente y siguió revolcándose. Se arrancó otra pata. Y un ala. Yo me limité a mirarlo fijo, para ver si así podía extender su agonía. Dió resultado; doblé la apuesta y le silbé un réquiem.
Sanguinetti -así lo bauticé- se retorció más fuerte. Imploró por una palmada redentora o un chorro de flit certero, gritó con su voz ínfima, me suplicó entre convulsiones. Yo, titánide vengativa, castigo de los más débiles, sonreí. Sonreí con una mueca gioccondesca, aguantando la respiración, cediéndole toda mi energía ociosa para que recupere fuerzas, y sufra un poco más. Pero el ventilador, un ser sin alma, se apiadó de él. Lo empujó lejos de mi vista, para que no pueda torturarlo más. Cerca de la hilacha quedaron los miembros cercenados de Sanguinetti. No me animé a tocarlos y giré la cara hacia el techo.
“Vueltera, siempre llegamos tarde por tu culpa”, volvieron a gritarme. “Andate vos”, retruqué. Se escuchó el portazo. A falta de víctima volví a fustigarme; perdiendo el tiempo plácidamente, condenándome a la inercia.
Me asaltó la desesperación por ese castigo autoinfligido de quedarme inmóvil, estática, mientras el universo batía su vorágine a mi alrededor. “Vas a llegar tarde”, gritaron desde la cocina. No me importó, o hice como si. Me relajé a propósito, focalizándome en el yo-ahora-no, proyectándome en un hilo suelto de la sobrecama.
En eso estaba, cuando de la nada cayó un mosquito agonizante. Se desplomó a dos centímetros de la hilacha. Dio unos cuantos tumbos y se arrancó una pata. Lo odié pasivamente, extasiada ante el espectáculo de su muerte -que era también la muerte. Extendió el pico con el que alguna vez perforó carnes tibias. Le acerqué mi dedo para que se lleve un buen trago antes de cruzar el portal del merecido averno; lo rechazó rotundamente y siguió revolcándose. Se arrancó otra pata. Y un ala. Yo me limité a mirarlo fijo, para ver si así podía extender su agonía. Dió resultado; doblé la apuesta y le silbé un réquiem.
Sanguinetti -así lo bauticé- se retorció más fuerte. Imploró por una palmada redentora o un chorro de flit certero, gritó con su voz ínfima, me suplicó entre convulsiones. Yo, titánide vengativa, castigo de los más débiles, sonreí. Sonreí con una mueca gioccondesca, aguantando la respiración, cediéndole toda mi energía ociosa para que recupere fuerzas, y sufra un poco más. Pero el ventilador, un ser sin alma, se apiadó de él. Lo empujó lejos de mi vista, para que no pueda torturarlo más. Cerca de la hilacha quedaron los miembros cercenados de Sanguinetti. No me animé a tocarlos y giré la cara hacia el techo.
“Vueltera, siempre llegamos tarde por tu culpa”, volvieron a gritarme. “Andate vos”, retruqué. Se escuchó el portazo. A falta de víctima volví a fustigarme; perdiendo el tiempo plácidamente, condenándome a la inercia.
martes, 8 de marzo de 2011
Otra vez crisis (Fill in the blanks)
Siempre las buenas ideas se me ocurren cuando estoy lejos de la computadora. Creo que los textos de este blog acreditan ese postulado. Sin embargo, ultimamente he tenido una serie de ocurrencias breves-pero-afiladas que se me olvidan por no anotarlas a tiempo.
Esa sensación es algo muy complejo de describir. Un sabor agridulce escondido en algún rincón de la materia gris, una leve reminiscencia de satisfacción provocada por una chispa intelectual que se diluye en la bronca de no poder recordar qué era, agravada por la certeza de que era algo bueno. Y, cuando va a desaparecer del todo, vuelve apenas tibia, como para constatarme que existió; pero lo suficientemente fría para que me resigne ante el hecho de que no encenderá ninguna fogata.
Y así estoy ahora, persiguiendo los rastros de este afán, la estela de su perfume. Robándole letras a la Gata Varela, llenando líneas sin sentido, esperando que las ideas regresen, se dignen a aparecer. A telefonearme -aunque sea-, cuales hijas pródigas a la senil madre que represento. Pero no. Los blancos están allí. Y hay que llenarlos con vómito de palabras vacías, a falta de ideas.
La batería de la notebook pide que la alimente. El tiempo se escurre. Sigo tecleando con los dedos; mis manos se transforman en dos chamanes sioux que bailan deseperadamente bajo el efecto del peyote, rogando que las nubes tormentosas cubran el cielo desierto y que lluevan ideas sólidas. O gaseosas, para tomarlas con sorbete.
No hay caso, no pasa nad... aunque... ¡SÍ, YA ME ACORDÉ DE UNA!: Si un hombre se llama Teodoro, lo más probab[Low battery]
Esa sensación es algo muy complejo de describir. Un sabor agridulce escondido en algún rincón de la materia gris, una leve reminiscencia de satisfacción provocada por una chispa intelectual que se diluye en la bronca de no poder recordar qué era, agravada por la certeza de que era algo bueno. Y, cuando va a desaparecer del todo, vuelve apenas tibia, como para constatarme que existió; pero lo suficientemente fría para que me resigne ante el hecho de que no encenderá ninguna fogata.
Y así estoy ahora, persiguiendo los rastros de este afán, la estela de su perfume. Robándole letras a la Gata Varela, llenando líneas sin sentido, esperando que las ideas regresen, se dignen a aparecer. A telefonearme -aunque sea-, cuales hijas pródigas a la senil madre que represento. Pero no. Los blancos están allí. Y hay que llenarlos con vómito de palabras vacías, a falta de ideas.
La batería de la notebook pide que la alimente. El tiempo se escurre. Sigo tecleando con los dedos; mis manos se transforman en dos chamanes sioux que bailan deseperadamente bajo el efecto del peyote, rogando que las nubes tormentosas cubran el cielo desierto y que lluevan ideas sólidas. O gaseosas, para tomarlas con sorbete.
No hay caso, no pasa nad... aunque... ¡SÍ, YA ME ACORDÉ DE UNA!: Si un hombre se llama Teodoro, lo más probab[Low battery]
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cosas que no importan,
De poco un todo
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