Esto de tener un blog no es moco de pavo. Sobre todo –y paradójicamente- cuando se es adicta a opinar, como yo. Me di cuenta de soy tan afecta a la Doxa que mi adicción ya se volvió mala. No en el sentido de “perjudicial o nociva”. No. Mala en el sentido de que no funciona, no sirve. Ni siquiera puedo sacarle el jugo a la situación.
En este momento me encuentro en la etapa denominada “el-que-mucho-abarca-poco-aprieta”. Es decir, se me ocurren muchas ideas doxomáticas, pero no soy capaz de desarrollarlas, y todas ellas quedan estancadas como fétida agua de canaleta.
En un momento pensé en comenzar a destilarlas (o a evacuarlas, ya que son pura materia fecal) en formas de aforismos. Pero no. Los aforrismos son marca registrada exclusiva de Pepe Narosky. Además, trabajar durante más de tres años en un pasquín provinciano me hizo experta en llenar páginas con muchas palabras que dicen poco, o nada, que es parecido.
Así que haré uso de mi patética habilidad, para mantener cautiva vuestra atención en calidad de rehén. ¿Cómo? Bajo la terrible amenaza de que si dejáis de leer… vuestra lectura quedará ¡trunca! ¡Trunca!, palabra fea, si las hay. Sí…
OK, suficiente. No os vayáis, quitad el cursor de la equis. Sé que leer esto es tan productivo como hacer bolitas de moco o jugar con la Píldora Mágica de Jugate conmigo; soy conciente de eso. Pero, a manera de inexcusable excusa, debo decir que detrás de estas líneas torcidas se esconde una gran verdad; una verdad que quizás sospechasteis desde un principio: soy una modelo atrapada en el cuerpo de una catadora de flan casero. Y bueno… nada…
N. de los E*: Estas palabras fueron escritas por la señorita L.A. durante un lapso de éxtasis provocado por una sobredosis de Doxa. Les comunicamos que la señorita se está recuperando favorablemente después de la recaída sufrida días atrás. Tras recobrar el conocimiento –la hallamos envuelta en papel film, temblando y largando espuma por la boca- nos pidió expresamente que publiquemos estas palabras, a modo de autocastigo por su falta de fuerza de voluntad.
*Enfermeros del Centro de Rehabilitación de Doxoadictos Filial Ciudad de Halle.
martes, 15 de septiembre de 2009
miércoles, 2 de septiembre de 2009
Nunca es suficiente (I can get no satisfaction)
Es altamente adictiva. Apenas la probamos, las pupilas se dilatan y el organismo pide más. Lo peor es que es muy difícil dejarla, porque ella no nos deja a nosotros. Es más, la masa encefálica comienza a producirla para autoabastecerse, así que nos pegamos un saque cuando menos lo esperamos.
Sus efectos son tan sutiles que los adictos –estimados en unos 5.9 billones- no los percibimos, ninguna dosis alcanza. Lo más grave es que, por la cantidad de afectados, esta adicción debería ser considerada una pandemia. Pero la OMS no la reconoce, porque el 99% de las personas que trabajan para dicho organismo son adictas también. Ni siquiera la consideran peligrosa, ya que los enfermos pueden llevar una vida “normal” que –mal que les pese a los pocos sanos- puede extenderse hasta los 110 años.
La mejor forma de identificar a un adicto es constatar los siguientes síntomas: delirio de sabiduría, mirada altanera, pérdida de la razón (no por demencia, sino por boludez crónica), tendencia a opinar sobre todo, apertura de cuentas de Facebook y/o blogs (extensión para canalizar el síntoma anterior).
Pero hay que destacar que este último indicio no es necesariamente determinante a la hora de individualizar a quienes padecen esta dolencia, ya que la mayoría de los afectados son personas mayores de 50 años, quienes –generalmente- ni siquiera saben qué es un blog.
Es frecuente, entre los pacientes de esta franja etaria, escuchar frases como “los jóvenes de hoy no saben nada de la vida”, “yo aprendí en la universidad de la calle” o “cuando vos vas, yo ya fui y volví diez veces”, entre otras expresiones igualmente insoportables.
De todas maneras, nadie está exento de caer en las redes de esta adicción: jóvenes, viejos, gordos, flacas homosexuales, héteros, profesionales, obreras calificadas, estudiantes, profesores. Todos y todas somos víctimas potenciales.
Pero no todo está perdido, existe un camino a la rehabilitación. Es arduo, pero se puede. Existe un antídoto para el cual no se necesita prescripción médica: se llama Episteme. No es muy popular, su sabor no es tan dulce como el de la Doxa (nombre genérico de la “droga” a la que soy adicta, por si no se dieron cuenta), y conseguirla cuesta mucho más (esfuerzo, no dinero). Pero vale la pena intentarlo.
Como ya se habrán imaginado, al momento de escribir estas líneas me encuentro careta, pero el delirium tremens está comenzando a afectarme. Así que me despido de vosotros, porque el blog, si bien es mi vía de catarsis, también puede ser un arma de doble filo.
¡Hasta la próxima!
Sus efectos son tan sutiles que los adictos –estimados en unos 5.9 billones- no los percibimos, ninguna dosis alcanza. Lo más grave es que, por la cantidad de afectados, esta adicción debería ser considerada una pandemia. Pero la OMS no la reconoce, porque el 99% de las personas que trabajan para dicho organismo son adictas también. Ni siquiera la consideran peligrosa, ya que los enfermos pueden llevar una vida “normal” que –mal que les pese a los pocos sanos- puede extenderse hasta los 110 años.
La mejor forma de identificar a un adicto es constatar los siguientes síntomas: delirio de sabiduría, mirada altanera, pérdida de la razón (no por demencia, sino por boludez crónica), tendencia a opinar sobre todo, apertura de cuentas de Facebook y/o blogs (extensión para canalizar el síntoma anterior).
Pero hay que destacar que este último indicio no es necesariamente determinante a la hora de individualizar a quienes padecen esta dolencia, ya que la mayoría de los afectados son personas mayores de 50 años, quienes –generalmente- ni siquiera saben qué es un blog.
Es frecuente, entre los pacientes de esta franja etaria, escuchar frases como “los jóvenes de hoy no saben nada de la vida”, “yo aprendí en la universidad de la calle” o “cuando vos vas, yo ya fui y volví diez veces”, entre otras expresiones igualmente insoportables.
De todas maneras, nadie está exento de caer en las redes de esta adicción: jóvenes, viejos, gordos, flacas homosexuales, héteros, profesionales, obreras calificadas, estudiantes, profesores. Todos y todas somos víctimas potenciales.
Pero no todo está perdido, existe un camino a la rehabilitación. Es arduo, pero se puede. Existe un antídoto para el cual no se necesita prescripción médica: se llama Episteme. No es muy popular, su sabor no es tan dulce como el de la Doxa (nombre genérico de la “droga” a la que soy adicta, por si no se dieron cuenta), y conseguirla cuesta mucho más (esfuerzo, no dinero). Pero vale la pena intentarlo.
Como ya se habrán imaginado, al momento de escribir estas líneas me encuentro careta, pero el delirium tremens está comenzando a afectarme. Así que me despido de vosotros, porque el blog, si bien es mi vía de catarsis, también puede ser un arma de doble filo.
¡Hasta la próxima!
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