martes, 28 de febrero de 2012

Desenyantemón


El agua sabía a deshielo. Era fea, pero bastante mejor que sus besos en el sueño. No creía que tan poco bastaría para desencantarse así, en una madrugada. Pero estaba comenzando a temerlo.
Recordó la pesadilla de la que acababa de despertar, y se enjuagó la boca, como queriendo quitar rastros de una saliva etérea. Si no hubiera tenido cerca más que un charco de agua pútrida, no hubiese dudarlo en beber de él hasta secarlo.
Con el vaso en la mano, se acercó hasta la ventana y miró el horizonte salpicado de luces tenues. Miró, no vio. Tomó más, mientras su mente recreaba un rostro con labios en trompa, estampándose contra los suyos, oprimiéndole las palabras, llenándoselas de una baba espesa. Los rasgos eran diferentes cada vez, pero la cara era siempre la misma. Más agua, necesitaba beber más.
Dio media vuelta y el dedito del pie derecho se retorció del dolor por el encontronazo con una silla. Maldijo a mil madres, poniendo énfasis en las eses, y se sentó. Tomó el último trago y quedó en blanco por un rato, observando la sombra que la reja de la ventana proyectaba sobre la pared en penumbra.
Volvió a la cama y enroscó su cuerpo como un nonato. Cerró los ojos y pidió soñar lo mismo que había soñado antes, pero sentirse bien. “Un sueño reparador”, bostezó, mientras oprimía su dedo machacado.

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